Registra la historia el nacimiento de José Julián Martí y Pérez, el 28 de enero de 1853, sin embargo, una y otra vez vuelve a la vida este hombre por su intemporalidad, para tendernos puentes hacia el entendimiento de las cosas simples de la vida que conforman de a poco a los pueblos y naciones.
Tal parece que sabía la necesidad que tendríamos de él y se empeñó en traslucir con clarividencia, lo que aún visible no veríamos; con paciencia impropia para un espíritu indomable, se aquieta entre la inmensidad, aguarda por la pupila que le redescubra y lo coloque en la primera línea de combate, porque supo que su pensamiento nos protegería más que las murallas.
Ese es el Martí que honramos, al que tuvo la delicadeza de los versos, la audacia del periodista, la bravura del rebelde, la valentía del guerrero y más, … es el hombre cuya ternura lleva los niños a desfilar por las calles disfrazados como los personajes de sus cuentos, a los jóvenes los convoca con antorchas como signo eterno de que el fuego nos liberó, de la ignorancia y la oscuridad; a los más maduros, nos incita a la reflexión profunda de su palabra, para llevarlo como estandarte y no olvidar nunca, que la patria es ara y no pedestal. Por Yolanda Molina Pérez. Foto de Pedro Paredes Hernández
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