Por Gerardo Ortega Rodríguez

María la Gorda, la hermosa playa del occidente cubano, bañada por las aguas de la Ensenada de las Corrientes, recibe su nombre por una leyenda que a través del tiempo se ha ido enriqueciendo con diversas versiones. Todas, sin embargo, parten de su origen piratesco y coinciden en hablarnos de una bella joven que fue raptada y quedó, como parte del botín, junto a otras mujeres, en poder del pirata que hacía de este lugar su campamento habitual.

Antoñica se hizo célebre cuando su hijo de 2 años comenzó a tener fiebres muy altas y como no disponía de recursos para llevarlo al médico, en medio de su desesperación le pareció tener una revelación divina con la imagen de la Virgen María que le recomendaba bañar al niño con el agua del arroyo más cercano y cuando lo hizo el muchacho mejoró realizándose así el milagro que la convertiría en una celebridad.

Mucho hay que decir sobre las religiones africanas en Cuba, que antes conformaron algo tabú, es decir, prohibido. A cada momento se suman nuevos sectores de la población, no sólo por la apertura de marras, sino por un verdadero interés cultural. Pocas personas recuerdan a los ancestros más allá de sus abuelos. Quizá en alguna conversación aparezca una u otra referencia a “la madre del abuelo” o a la bisabuela, por ejemplo; pero, no resulta habitual. La expresión “uno de mis antepasados” resuelve de un golpe cualquier alusión al origen familiar.

Sin embargo, cuando se trata de fundamentar un linaje, se recurre a los orígenes más remotos; y se aspira encontrar relación entre esa persona y algún personaje que trascendió en la memoria colectiva, por su heroísmo, por su conducta, o por elementos menos espirituales. Eso resulta esencialmente humano.