Bombero pinareño en el Saratoga

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Esteban Alfredo Arencibia Velázquez 2 1140x845

(Tomado de Guerrillero)

Son las 7:00 p.m. del 10 de mayo. Me dice que lo llame a esa hora, pues es cuando tiene un pequeño descanso. Entonces trato de ser objetiva para no robarle mucho tiempo. Han pasado cuatro días desde el desastre y ellos permanecen volcados en los escombros.

Esteban Alfredo Arencibia Velázquez tiene solo 21 años y esta ha sido su primera experiencia como rescatista. Forma parte de un grupo que en la Escuela Nacional de Bomberos pasa un curso de Rescate y Salvamento. Es el único pinareño.

 “Estaba de pase, y cuando entré enseguida nos enviaron a apoyar en las labores que fueran necesarias. Sinceramente, ha sido impresionante, difícil y muy triste, sobre todo ver la desesperación de los familiares y la magnitud de lo sucedido.

“En cuanto llegué al lugar me dieron los medios de protección y nos dijeron que estuviéramos listos para hacer labores de escombreo y para seguir buscando personas desaparecidas, lo que hiciera falta. Por la noche hicimos el servicio de iluminación para las grúas. Nos dividimos en turnos de trabajo para coger pequeños descansos”.

“¿Qué si es peligroso?, Claro, pero no he sentido miedo en ningún momento, además los profesores nos guían, están al tanto de todas las medidas de seguridad y nos enseñan constantemente cómo hacer las cosas. En el curso nos dan módulos de escalamiento, buceo y nos comparten experiencias de derrumbes, pero verlo en la práctica y ejecutar las acciones es diferente. Sin embargo, todos los sentidos están puestos en el trabajo, a pesar de lo impactante.

“Sé que mi familia está preocupada, quieren hablar conmigo todo el tiempo, pero les explico que a veces no puedo porque estoy trabajando”.

En los cerca de 10 minutos que me regala, confiesa que antes de pasar el servicio nada le gustaba, y solo después de ver lo que se hacía en la carrera de Salvamento y Rescate al entrar al Cuerpo de Bomberos de Pinar del Río, dijo: “Esto es lo mío”. Hoy, forma parte de su plantilla.

“Aquí estaré hasta que se termine, sin importar el cansancio. Hacemos lo que haya que hacer. He aprendido a enfrentarme a cosas fuertes, sé que será una experiencia fundamental en mi formación”.

Son las 9:35 p.m. del 10 de mayo, la voz de Mirilian Velázquez Valdés se entrecorta cuando le cuento que hablé con “Alfredito”, como le dicen todos. Antes de hacerle la única pregunta de nuestra conversación le reafirmo lo valiente y disciplinado que es su hijo. Entonces con una bocanada de fuerza me confiesa que cuando supo la noticia de que estaba en las labores del Saratoga no pudo evitar sentirse mal.

“Para mí fue horrible. Sabemos que la profesión que escogió es peligrosa, pero uno nunca se imagina algo así. Sé que después de esto su preparación va a ser mayor, sé que él va a crecer, pero la preocupación de una madre no se quita a pesar de que te digan que está con todas las medidas de protección. Él está enamorado de su trabajo”.

“Ayer no pudimos hablar con él en todo el día y estaba desesperada. Le dije en un mensaje que me diera noticias y por la noche no aguantaba más y lo llamé. Hasta que no escuché su voz no estuve tranquila.

Alfredo Arencibia, su padre, se suma a la conversación: “Estamos locos por que todo acabe para que se nos quite el sobresalto y el nerviosismo, pero más que todo eso estamos muy orgullosos de él, de lo que hace y que haya dado el paso al frente sin titubear”.

Alfredito y algunos de sus compañeros durante los turnos de descanso.

Alfredito y algunos de sus compañeros durante los turnos de descanso.

Son las 12:30 del 11 de mayo, mientras escribo estas líneas ya han pasado más de 100 horas de entrega ininterrumpida de muchos valientes. En el Saratoga, hay otros como Alfredito. Quizás más o menos jóvenes, más o menos experimentados, pero todos con la clara convicción de no descansar hasta completar la encomienda, aunque se haya alejado la esperanza de encontrar vida.

A ellos, a todos, ¡Gracias!

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