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La propaganda es tan antigua como la necesidad de propagar al público algún interés. La política y la religión son las que más la han utilizado. Posiblemente Alejandro Magno haya sido el primero en aplicarla de manera incipiente y discreta, pero seguramente con conciencia de sus efectos en sus exitosas conquistas. Tito Livio la usaba para buscar más adhesión a Roma, y después registró sus comentarios como extensos textos como historia. La Iglesia Católica la empleó y desarrolló en su forma oral, teatralizada y escrita desde su surgimiento, con mucho éxito para el adoctrinamiento, no solo en sus fieles, sino también en sus sacerdotes durante la Edad Media; resultó trascendental en la Reforma de Lutero, que coincidió con el surgimiento de la imprenta en Occidente y puso en crisis el monopolio católico. Erasmo de Rotterdam acudió a ella para propagar el llamado pensamiento humanista. Fue muy importante en la Revolución Industrial para dar a conocer la ventaja de sus inventos, y decisiva en la construcción de la emergente ideología burguesa en la preparación de la Revolución Francesa. La Ilustración la utilizó, en especial los enciclopedistas, y particularmente Diderot, quien supo inducirla e infiltrarla en sus escritos como aspiraciones de la nueva clase social frente a la decadencia del antiguo régimen monárquico. En plena Revolución Francesa echaron mano a ella todos los políticos con mayor o menor fortuna, y Napoleón, en sus campañas, expediciones, batallas, ocupaciones e intervenciones territoriales, la refinó con argucias y la enmascaró entre otras manifestaciones culturales, en los difíciles y complejos laberintos negociadores del poder.

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