"No soy pobre, soy austero".

Así lo dice el Pepe Mujica, y a mí me da por pensar en mi casita de tres piezas, fácil de barrer y limpiar, donde el calor de uno es calor del otro.  

No tengo un auto, ni cuentas en el banco, ni propiedades que avalen mi “afortunada” condición. Quince años atrás mis hijas solían  comparar nuestro hogar con el de los tres cerditos: no el de ladrillos, con rejas y chimenea; sino el de ramas y paja, endeble refugio contra el lobo feroz.