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Educadora de por vida

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Tomado del Guerillero

María Elena Carmona Abreu es una mujer dichosa, lleva consigo el orgullo de que su historia sea la de la Revolución cubana y de lo que este hecho significó para las féminas, sobre todo para las de origen humilde, que se levantaron y con entrega, inteligencia y mucho trabajo ayudaron a formar generaciones de pinareños.

A los 17 años decidió ser maestra emergente, y desde entonces dedica su vida a la educación en la provincia. Al conversar con ella vemos pasar ante nuestros ojos las imágenes de escuelas en el campo, donde se vinculaba el estudio con el trabajo; formadoras de maestros y educadoras de círculos infantiles; preuniversitarios; trabajo con jóvenes desvinculados...

Muchos años de duro bregar, de no tener horario, pero lo que más le reconforta es el reconocimiento de sus alumnos.

“Cuando educas bien, dejas una huella positiva. Hoy yo pasaba por un escenario a las seis de la mañana, iba para la comisión electoral, y había cuatro hombres sentados en la acera, y uno dice: ‘Ahí va mi directora. Ahí va María Elena Carmona Abreu’.

“Me viré rápido y le dije: ‘gracias por recordarme, ¿quién es usted?’ Y me respondió: ‘yo fui su alumno en la secundaria básica Rafael Ferro Macías, de Sandino, y hoy soy ingeniero gracias a usted. La recuerdo con cariño y afecto, quizás no se acuerde de mí, pero yo la tengo en mi corazón. Cuando usted llegaba a aquella escuela y andaba por el pasillo, había que respetarla. Usted no ha cambiado, viene seria, imbuida en sus pensamientos, organizando lo que va a hacer, porque le gusta que todo quede bien”’.

HUMILDE Y PATRIOTA

Tuvo una niñez humilde. Oriunda de Pinar del Río, por años vivió en el kilómetro dos y medio de la carretera a La Coloma, en las cercanías del monumento a Rafael Ferro Macías. En la infancia tuvo el ejemplo del patriotismo de sus padres.

Cursó el primer grado en la escuela primaria número 41, después pasó a la Marina Azcuy y la secundaria la hizo en la José Martí. Hasta allí se trasladaba en guagua en las primeras horas del día.

“Nunca llegué tarde a mi escuela y siempre me gustó estudiar y preocuparme por mis tareas, y aunque mis padres eran pobres me ayudaron a que fuera organizada y disciplinada. Mi madre en lo particular me instaba a que me preparara para la vida”.

El décimo grado lo hizo en el concentrado Abel Santamaría Cuadrado, y continuó en el preuniversitario Hermanos Saíz, pero ocurrió que le gustaba ser maestra y aparecieron los cursos emergentes. Corría el año 1972 y la entrevistada optó por esta opción.

“Fui maestra y directora de la secundaria Manuel María Azcuy. La superación la obtuve en el Instituto de Perfeccionamiento Educacional (IPE). Por mi juventud y carencia de conocimientos en los métodos y estilos de trabajo, me mandaron para la escuela nacional de cuadros Fulgencio Oroz en La Habana, donde me prepararon y me formaron como dirigente”.

Un reto importante para María Elena fueron las escuelas en el campo, a las cuales dedicó gran parte de su tiempo. Comenzó como subdirectora de la secundaria básica Isabel Rubio Díaz, ubicada en Las Catalinas, una de las primeras que se concluyó en el municipio Sandino.

Fueron ocho años en ese territorio, de los cuales dirigió durante cuatro la “Rafael Ferro”, que tenía estudiantes de La Palma, Pinar del Río y La Coloma; además de la “Vasil Lesvky”.

¿Qué recuerda de esa etapa?

“Experiencias positivas, primero la integración con mis alumnos, la labor para instruirlos en el orden de los conocimientos, la preparación, el fortalecimiento del trabajo político e ideológico, así como la unión con la familia y cómo en las escuelas en el campo se cumplió con el principio de trabajo, que formaba a los estudiantes para la vida”.

¿Cómo valora esa experiencia para la formación de los adolescentes y jóvenes de aquellos tiempos?

“La considero una etapa linda, los compromisos de la escuela con la familia eran muy fuertes. Los consejos de escuelas se incorporaban al trabajo, ayudaban, cooperaban y se multiplicaban en la formación de valores de sus hijos. Algo novedoso había llegado a la familia en los lugares más recónditos, y la formación de los jóvenes se sentía fortalecida.

“Tener 520 alumnos en una escuela, mañana, tarde y noche y que todo dependiera de tus métodos y estilos de trabajo, era sumamente difícil. La familia te los entregaba y había que lograr que confiaran en nosotros y darle la tranquilidad necesaria.

“Éramos jóvenes, casi de la misma edad de los muchachos. No recuerdo ninguna queja de padres ni alumnos Siempre me sentí acompañada del Partido y de la Unión de Jóvenes Comunistas, de manera tal que fui miembro no profesional del buró municipal de esta organización en Sandino, y me dieron la posibilidad de participar en su IV Congreso”.

YA EN PINAR

En la capital fue ubicada como directora de la escuela formadora de educadoras de círculos infantiles Doña Rosario García, centro que resultó Vanguardia Nacional durante siete años consecutivos.

“Eran jóvenes también de la Isla de la Juventud y de La Habana, llegamos a tener 600 muchachas y atendíamos las diferencias individuales de cada una. Había profesores bien preparados y con conocimientos.

“Ya en esta etapa aparece mi hijo, que fue criado casi por mi mamá, tanto ella como mi papá me ayudaron en su formación en las primeras edades.

“No fue al círculo infantil porque era enfermizo, asmático, pero nunca dejó de ser buen alumno en sus primeras edades, en la primaria fue estudiante ejemplar con buenos resultados docentes, y después así en todas las enseñanza hasta convertirse en médico. Él se llama Yusleivy Martínez Carmona, y le dicen ´El Yuti´”.

UNA MUJER Y LOS “CABALLISTAS”

También trabajó, en diferentes cargos directivos, en el politécnico Rigoberto Fuentes, en la “Tania la Guerrillera” y fue directora por seis años del preuniversitario Hermanos Barcón, en el kilómetro 13 de la carretera a La Coloma en la etapa de los “caballistas”.

“Fue muy complejo y difícil, nos acompañaban muchas personas para contrarrestar esas indisciplinas, cometidas en ocasiones por jóvenes desviados del estudio y el trabajo y en otras por alumnos de las escuelas que carecían de disciplina.

“Rompían los centros, los cristales, y había que contrarrestarlos y se hizo. Yo me multiplicaba con mi consejo de dirección, me mantenía mucho en la escuela, organizaba los recorridos nocturnos y sorpresivos, evitaba que nos deterioraran los medios y para eso nos preparamos”.

Después María Elena fue subdirectora de Educación Municipal, además atendió el consejo de atención al menor porque había jóvenes desvinculados del estudio y del trabajo.

“Me hacía acompañar de la Comisión de Prevención del Gobierno en el territorio, logramos incorporar en menos de dos años a 673 alumnos.

“En una oportunidad me tomé la atribución de seguir a algunos de ellos, dentro del diagnóstico y pronóstico que hacíamos, varios siguieron la línea que nos proponíamos y hoy están preparados para la vida.

“Los tengo ingenieros, obreros calificados, técnicos medio. Digo ‘los tengo’ porque aún me asiste el sentido de pertenencia de esa formación, y ellos agradecen hoy a la Revolución”.

Después pasó a la subdirección de Educación Provincial, cumplió misión internacionalista en Venezuela, se desempeñó como presidenta y vicepresidenta de la Comisión Electoral y es actualmente vocal para atender al municipio Pinar del Río. La historia de su vida es trabajo, sobre todo como educadora y dirigente.

¿Desde la dirección, qué significaron los maestros para usted?

“Para mí, lo mejor, los paradigmas de un colegio son los maestros. Ellos, junto a los trabajadores de servicio, son los que te hacen la vida posible para que la educación tenga la calidad requerida. En una escuela todos son importantes, para mí ninguno pierde su significación, cada cual en su contexto hace lo que le corresponde y el director debe exigir, pero saber exigir es lo más digno que puede pasar en una escuela”.

¿Qué piensa de la disciplina en un centro escolar?

“Siempre he dicho que con un director exigente y con maestros capaces, hay una buena escuela. La disciplina la diseña en su parte inicial la familia y la sigue desarrollando el centro escolar, que cuenta con métodos y estilos de trabajo para transformar a ese joven, para que su comportamiento sea mejor, nosotros también somos responsables”.

Recientemente recibió el Escudo Pinareño, máxima distinción que otorga el Gobierno en Pinar del Río a personas que dedican su vida a contribuir a la provincia...

“Yo no sabía que me lo iban a entregar. Mi directora me convocó a una actividad, y a mí me gusta ir a todas, pero cuando me habló del ‘Milanés’ me pregunté: ‘¿qué pasará?’ entonces cuando llego al teatro me dicen que busque a determinada persona para que me diga el asiento en el que voy a estar... ¡Yo me quedé...! No tengo cómo comparar ese momento, no sé decir cuántas cosas sentí. Hasta lloré, yo que no lo hago mucho...”.

¿Y su hijo, cómo lo acogió?

“Hay dos momentos en mi vida que han servido de gran alegría en mi familia: el premio Los Zapaticos de Rosa y el Escudo Pinareño.

“Con el primero, mi vida se transformó ese día, mis nietos querían los Zapaticos de Rosa para llevarlos y mostrarlos en el círculo infantil donde están ambos. Ellos preguntaron por qué me daban los zapaticos y tuve que explicarles qué significaban, qué era la Organización de Pioneros José Martí y hablarles del Maestro.

“Aquello cambió la vida de mi casa que se llenó de alegría y júbilo, y con el Escudo pinareño de igual manera; mi hijo, mis nietos y mi familia, que no es muy numerosa, se sienten orgullosos de los dos premios. No es María Elena es mi familia.

“A mis nietos tuve que hablarles también del Escudo. Ellos lo encuentran bello, lo tocan con cariño, se lo ponen en el pecho, es algo que han reconocido. A veces digo: ¿qué sabrán? Pero uno les habla de por qué estos premios y ellos valoran y les gustan todas esas cosas”.

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