Así llegaba en junio el juguete básico el no básico y el dirigido, una forma de alcanzar a todas las familias con algo que se consideraba fundamental en un país de infantes felices.
Entre las primeras acciones del gobierno revolucionario fue "el bombardeo de juguetes" a la Sierra Maestra. Jóvenes de todo el país cosieron los paracaídas y los pilotos de la fuerza aérea rebelde se sumergieron en la acción “militar” más sui géneris de la historia.
Jugar es al cachorro de lobo, o al potro, el más importante entrenamiento para la supervivencia. Para el humano es la primerísima fuente de conocimiento práctico a la que solo puede acceder en el roll del camionero, el médico, el cosmonauta o la maestra.
Cuando esta etapa se va, ya no hay remedio; entonces comienza la rebeldía incomprendida, la inutilidad que desvirtúa y la indiferencia por todo aquello que nos hizo hombres, humanos, creadores de nuestra raza.
Viví el Periodo Especial desde el primer día, y a mis hijos, les construí sus propios divertimentos, de esos que cultivan la mente y desarrollan un cuerpo fornido, una piel tersa de soles y vientos y unos brazos fuertes.
Por eso me regocijo con los chicos campesinos, los que aún no se contaminan con excesivos videojuegos, los que saben hacer un tirapiedras, una yunta de toros con botellas, una jaula para cazar jilgueros, un arco y una flecha.
Es cierto, hay carestías, porque la presión infame de los gringos quiere privarnos de la vida: eso no lo lograrán, ni podrán matarnos la esperanza y la capacidad de imaginar y crear. ¡Crear!
La industria nacional, tiene que actuar de inmediato. ¡Hay que construir juguetes! Juguetes prácticos, cautivadores, grandes y muy baratos- en costo de producción y venta. Es necesario indagar en las raíces de la tradición, convocar concursos nacionales, explotar materiales inimaginados, reunir las mentes más brillantes del diseño, la electrónica y las artes en Cuba para que esto sea una realidad.
Escribo todo esto lleno de esperanzas, ideas e iniciativas que quisiera poner en práctica. Pensar que las manos obreras de un país se forman en el táctil de un celular, en la oscuridad de una habitación o en la holografía de un mundo inmaterial, es una falacia de la que conviene despertar. Una vez más: somos cubanos, ¡Si podemos!
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