Cuba es un país bloqueado y algunos, dentro y fuera, optan por ignorarlo. Doce millones de dólares pierde a diario la isla rebelde como consecuencia de una persecución financiera manifiesta en cada rincón del planeta. Pero, a pesar de los escenarios, hay mucho por hacer y tenemos el potencial para lograrlo, si repasamos y enmendamos los enfoques paternalistas y la inmovilidad de los que desean las cosas cómodas, sin riesgos.
Bloqueo interno, dicen algunos, y también llevan razón si se refieren a la burocracia, a la chapuza y a la corrupción que aleja la posibilidad de una vida mejor.
Impresionables como son los vagos y los oportunistas, dan razón a las "buenas intenciones" de quienes atacan a la Patria; para plantar la semilla gris del infortunio. Cuando un cubano habla mal de su suelo, su diestra empuña el hacha homicida que la desgarra; cuando damos crédito al que la difama, lo ayudamos a sostener la herramienta del enemigo, y le estaríamos haciendo un gran favor.
¿Niega este comentarista las dificultades? No, porque sería hacerle el juego a los intolerantes y a los hipercríticos. Conozco de primerísima mano las actitudes solapadas, la chapucería -pese a los llamados a la eficiencia- y también la ausencia de valores cívicos en parte de nuestra sociedad.
Sé también de la paciencia -ya injustificada- para lidiar con los detractores de la tranquilidad, con quienes nos desvalorizan y con los que, en nombre de lo legal, viven en el paraíso de la corrupción.
Pero no renuncio a vivir en un país próspero, donde la indisciplina sea la excepción, donde el trabajo sea la única fuente de riqueza, donde lo estatal y lo privado - en armonía- creen el bienestar de nuestro pueblo, donde los corruptos tengan un lugar fijo tras las rejas.
Un médico amigo me describió el capitalismo de Honduras -el que nos tocaría- y dijo que aún llora la miseria tan humillante y la desesperanza en los ojos de chicos que, en Cuba -en la Cuba bloqueada- van a la escuela y son campeones del deporte.
Motivaciones sobran, aunque los desmotivados se empeñen en negarlas, y los criticones arremetan contra las buenas obras. Por eso creo que en este 2019 debemos hacer culto del trabajo, y también ocuparnos seriamente de los chapuceros, los haraganes y los desagradecidos sin olvidar por un segundo que los buenos con deseos de hacer somos más.
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