Mucho podría decirse de los maestros y, sin embargo, quedarían cortos los elogios. No hay sociedad moderna, que aspire a desarrollar sus fuerzas morales e intelectuales sin la ayuda de estos seres humanos formidables.
Las palabras no pueden describir el hecho del maestro, del magisterio. Hay encanto cotidiano, transformación profunda, penas desgarradoras y alegrías sinceras en esta profesión de titanes. Así piensa Olga Lidia, maestra del primer ciclo que llegó a esta profesión por pura vocación. “Disfruto cada momento de mi existencia en el aula, cada resultado del trabajo, cada avance de los niños”.
La sociedad ha de emprender una cruzada en defensa de tan hermosa profesión, para que las actitudes cavernícolas, el desenfreno irrespetuoso y la violencia, frutos agrios de la incultura, regresen a las oscuras edades de la raza humana de donde jamás han de emerger. “No podemos cansarnos- dice María del Carmen, bibliotecaria con 20 años de experiencia profesional- la sociedad ha tenido sus retrocesos, y eso duele, pero acá estamos los maestros, los que enseñamos con los libros, los que tenemos la obligación de llevar la cultura y la educación a las familias, donde todo comienza”.
Por todas estas razones es más que merecido el homenaje a estas personas que no han de pasar desapercibidas; a las que cada miembro de la sociedad ha de mirar con orgullo y no perder la oportunidad de abrazarlas, estrechar sus manos y decirles cuan importantes son y cuanto han de seguir haciendo por su país y sus gentes.
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