Hablar de precios en el sector privado es todavía un asunto peliagudo. Cuando la prensa y la opinión pública abordan el tema las opiniones se dividen: unos aprueban la bajada; otros buscan mil razones para justificar la subida.

La ausencia de un mercado mayorista consolidado es, en mi opinión, el principal problema, aunque hay diversos escenarios para el alza de precios: entre ellos el ánimo de ganar dinero  con rapidez y el desconocimiento de las leyes del mercado.

Y es que un intento de hacer prosperar un negocio con ganancias superiores al 25 por ciento, cifra reconocida como exitosa, incluso hasta en  Wall Street, no reporta crecimiento, a mediano o largo plazo, sobre todo si surgen competidores inteligentes.

 Estudios han demostrado que las compañías más exitosas son las que constantemente trabajan por equilibrar  los precios y mejorar la calidad.

Mis palabras  no han de conducir a la impresión errónea de un rechazo al trabajo por cuenta propia: soy un simpatizante decidido de la pequeña empresa familiar, esa que con muchos sacrificios logra salir adelante, sin explotar, sin timos, sin romper el pacto ético entre la calidad y la honestidad.

Y es que, según mis valores del mundo y en nuestro escenario particular, revender, no es hacer comercio; es pasar de manos,  especular, crear descontento y hacer más difícil la vida de los cubanos.

Otra cosa es el que elabora sus productos, el que le imprime un valor agregado a una materia prima, el que, con  sentido común, iniciativas y creatividad es capaz de contribuir a la felicidad de todos.

Son tiempos difíciles, pero los veo como oportunidades: en los campos se pierde el mango, pero el refresco de los puntos de venta es de sabores artificiales, reconocidos detractores de la salud. Esta idea también denota que los negociantes conocen poco o nada del mercado, la ganancia y las oportunidades. ¿O será que el fantasma facilista de las cafeterías estatales de los años 90 emigró hacia el sector privado?

Ahora hablemos de la ley de la oferta y demanda, esa que debe reflejar  la relación entre la demanda que existe de un bien en el mercado y la cantidad del mismo que es ofrecido en base al precio que se establezca.

Según los estudiosos, existen negociaciones entre los proponentes y los demandantes,  se permite el libre tráfico de mercancías y  el precio de un bien se situará en un "punto de equilibrio" donde la demanda sea igual a la oferta.

Ese punto de equilibrio es el precio al que los consumidores están dispuestos a comprar el bien de consumo.

No voy a extenderme sobre el particular, solo diré, una vez más,  que el acuerdo tácito entre los vendedores para subir precios y obligar al cliente es lo que se ha estilado hasta el presente, y sin oportunidades, ni equilibrios,  no estamos en presencia de la oferta y la demanda.

Este comentario lleva por título Los precios y la manzana de Blancanieves en honor a una anécdota de contenido ético ocurrida años atrás en mi presencia, muy relacionada con la reventa de productos a precios exorbitantes: aquella señora que paseaba con dos niñas pequeñas en medio de la calle carnavalesca se acercó a un catre repleto de manzanas.El precio no estaba visible y al preguntar le notificaron 40 pesos cada una. Ni corta ni perezosa le dijo a las niñas que no podían dejarse engañar, que aquellas eran las manzanas envenenadas que ofrecieron a Blancanieves y, señalando al impúdico revendedor, agregó: y él es el mensajero malvado de la bruja madrastra. 

En tiempos difíciles las personas que prefieren actuar en solitario, en vez de en equipo,  suelen desorientarse de sus objetivos. Así nace la inactividad y el bichito del egoísmo y la desunión comienza a hacer de las suyas hasta convertir el mejor de los lugares en la capital de la pereza y el agotamiento.

No es una fórmula mágica, ni significa que todos nuestros problemas se solucionarán si solo actuamos como la historia de los pingüinos contra la orca, pero es real y comprobado, sobre todo para nosotros los de a pie, que el equipo es el secreto que hace que gente común consiga resultados poco comunes.
Es cierto: la inercia es grande, los intereses, disímiles, y en definitiva, trabajar en equipo no es asunto fácil, pero hasta el momento nadie niega que cuando se aúnan las aptitudes de los miembros y se potencian sus esfuerzos, disminuye el tiempo invertido en las labores y aumenta la eficacia de los resultados.
Dicen por ahí que los jefes tienen la mayor responsabilidad cuando no se logra el equipo. Una empresa, por ejemplo, puede lucir bella, limpia, pulcra y, aun así, no tiene éxito. Y es que, un grupo de personas, de buenas personas, no es un equipo hasta que se establecen lazos de atracción interpersonal y se interiorizan las normas de comportamiento entre sus miembros.
Esto ocurre por fiebres, se dan cursos, se crean movimientos y, pasadas unas cuantas semanas, el movimiento se va a bolina ¿Por qué? Pues porque funcionar como un equipo, demanda objetivos comunes y motivaciones verdaderas que muchos no tienen, o no vislumbran, y la mayoría de las veces no se promueve una buena comunicación entre el conjunto de integrantes.
Sin embargo, cuando los líderes comprenden esta estrategia, se detiene la migración hacia otros sectores, los subordinados encuentran el rumbo y destierran para siempre el conformismo y la apatía.
El trabajo en equipo comienza por uno mismo y hay que ser muy responsable en conocer cuáles son las tareas de cada uno y desempeñarlas de manera competente. También hemos de ser honestos para transmitir cuando algo no se sabe hacer, y hemos de tener integridad y firmeza en las acciones, la humildad, la disciplina, el control emocional y mucho respeto.
Por último y no menos importante, se ha de mantener una buena y saludable comunicación con los demás, para poder hablar en términos correctos, constructivos y de respecto. Recuerden que hablar en plural y funcionar en equipo es siempre mejor.