Llegó el turno entonces de la pinareña, quien para calentar motores no pidió 4,20 o 4,30 (como algunos rumoraban en las gradas), sino que fue directo a los 4,40. Primer intento: concentración, carrera, salto y…. varilla abajo al rozarla en el descenso con una parte de su cuerpo. Una mirada de confianza a su entrenador, Alexander Navas, bastó para saber que en la próxima oportunidad no cometería el error visible y superaría una marca que ha vencido decenas de veces. Tres minutos más tarde el mismo ritual: concentración, carrera, salto y sonrisa de éxito.
Era una vez más la monarca de la lid atlética internacional más importante de Cuba, pero ella y todos queríamos más. Los jueces ajustaron el cajón de salto y subieron 20 centímetros más el listón, tal y como había solicitado Yarisley, a quien su nuevo look (pelo amarillo y bien bajito) le hacía recordar a más de un aficionado una famosa cantante cubana cuando empezaba su carrera artística en la orquesta Bamboleo.
Eran pasadas las 5:30 de la tarde. Un grupo de aficionados la animaba con palmadas y gritos a menos de 30 metros. Tomó una de las pértigas y se dispuso a vencer lo que tenía programado con Navas para este 27 de mayo. Se elevó la primera vez y tropezó con su muslo; lo intentó por segunda ocasión y una mano traicionera tumbó el metal cuando casi parecía batido.
Cambió de pértigas y volvió a pedir confianza con su mirada. Se hizo silencio en el estadio por vez primera en toda la tarde, tal y como el día anterior con la carrera de Dayron Robles en los 110 con vallas. Tomó el impulso, elevó su cuerpo como un resorte, pero ni siquiera llegó a la varilla. El silbido no era lo que esperaba, aunque el aplauso y el locutor oficial se encargaban de regalarles el aliento de los campeones.
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